PIZZA conmigo

En un clima de fervor multitudinario se llevó a cabo la cuarta edición de Muza 5K, la maratón pizzera que nos motivó a recorrer los locales más tradicionales de la avenida Corrientes, desde Chacarita hasta Microcentro.

No soy maratonista ni mucho menos. Lo más cerca que estuve de participar de una carrera fue durante mi infancia, cuando atinaba a competir con mis amigos en las Olimpíadas de la vieja y entrañable Commodore 64. Monitor gigantesco, teclado años 80 y joystick en mano, confieso que nunca me puse los cortos y salí a transpirar la camiseta. Sin embargo, la profesión me llevó a realizar una maratón. Claro, fiel a mi historia poco atlética, tenía que ser muy particular, sin convencionalismos. No imaginen ni por asomo una pista o una carrera de fondo en los  exigentes circuitos callejeros de Buenos Aires. No, nada más lejos de ello.

 La propuesta denominada Muza 5K consistió en recorrer 5 kilómetros a lo largo y ancho de la mítica calle Corrientes, desde Chacarita hasta el Microcentro, en busca de la mejor muzzarella de la ciudad. Me tocó la “sacrificada” misión de recorrer 7 clásicas pizzerías porteñas y hacer una evaluación de calidad. Fui testigo directo de la cuarta edición de la carrera de comedores de pizza, convocada y organizada por los periodistas gastronómicos Martín Auzmendi y Joaquín Hidalgo. Algo muy innovador, pensado para gente “común” que come pizza al corte, de pie y con prisa urbana, sin imposturas ni tapujos. “Este encuentro es un invento 100 % argento. No existe en ningún otro lugar del mundo, aunque quizás nos empiecen a copiar. Surgió de manera espontánea una noche de 2012 mientras comíamos pizzas. Nos preguntamos, como muchos coterráneos, cuál sería la favorita de los porteños”, me contó Joaquín.

 

OJOS EN LA ESPALDA

Sábado 10 am. Buenos Aires se veía como vianda de ayer y yo, entre dormido y cansado. Acababa de aterrizar de Neuquén tras un intenso periplo vinófilo por tierras patagónicas. Con escasas horas de sueño, busqué el auto en Aeroparque y partí sin escalas a Chacarita. La maratón estaba por comenzar y no me la podía perder. Aún despabilándome, de repente me encontré en Federico Lacroze y Corrientes, esquina populosa de las más concurridas. No entendía nada, confieso. Solo quería reunirme con el fotógrafo, coequiper clave en esta aventura. En el apuro casi me roban la billetera tres rateros que deambulaban por allí. Me empujaron, buscaron mi reacción inmediata, pero, a pesar de la bronca masticada, seguí adelante. Hice la mía, sí. En ese momento recordé a mi madre, que siempre me aseguraba que en las estaciones terminales de tren siempre, indefectiblemente, el ambiente se pone enrarecido y hay que mirar con ojos en la espalda.

De todos modos, no hubo mal que por bien no venga. Aquel toque de atención me activó definitivamente y llegué decidido, con pilas cargadas, al punto de inicio de competencia: El Imperio de la Pizza, el súper clásico de Chacarita. El clima que se respiraba allí era de cancha. Me sentía como si estuviese en la “popu”, en medio de la multitud. Lo digo con conocimiento de causa pues soy futbolero desde que tengo uso de razón. Gente por doquier, abuelos, padres, madres, hijos. Todos eufóricos. Todos con banderas o insignias. Todos locos por la muza. Enseguida se hicieron sentir los cánticos y la arenga previa, propiciada, incluso, por periodistas televisivos que buscaban la primicia y off the record aseguraban “hacer el agite para motivar”.

El público, en masa, a minutos del inicio de la maratón, ya se manifestaba muy animado. “¡No comemos empanadas, no comemos choripán, comemos la muzarella, que es lo más grande que hay!” y “¡Oh, ensalada sos cagón, no existís!” eran algunos de los cantitos que resonaban con fuerza en la mañana. Encontré al fotógrafo, a quien luego perdería durante varios tramos del trayecto. Ambos conseguimos nuestro kit identificatorio para participar: remera, anotador y pulsera. A pesar de la confusión imperante, supimos dar el puntapié inicial.

Cuando todo parecía entrar en una calma inquietante, consecuencia de la enorme cantidad de maratonistas, Hidalgo agarró el megáfono y, después de la coreada cuenta regresiva, mandó el mensaje de largada: “¡A comer!”. Las muchedumbres, contentas, abrieron la puerta del Imperio –primera parada– y fueron por su primera porción, acompañada de un refrescante vermouth. Así, con la estatua de Carlitos Balá como talismán, entre cámaras, flashes y reporteros gráficos, la fiesta empezó y la adrenalina contenida se desató. Los 500 inscriptos, llenos de algarabía, se entregaron a la pasión que genera uno de los alimentos más tradicionales y masivos del país.

 

UNA PEREGRINACIÓN

No todas fueron rosas en los albores de Muza 5K. Hubo espinas cizañosas, por cierto. Como todo evento público y multitudinario, se dieron cita curiosos y contrarios al conglomerado de gente en la vía pública. “Se ve que hay unos cuantos famélicos”; “Estos muertos de hambre interrumpen la calle por un pedazo de pizza”; “Pibe, no creas en estos eventos que propician la ‘tinellización’ de la muza”; “Qué locura es esto, no sé cómo lo permiten”, fueron comentarios hirientes y malintencionados versus el evento.

Menos mal que los fans de la propuesta estaban en otra sintonía, concentrados en llevarse un cargadísimo triángulo de queso a la boca. De lo contrario, podía volar alguna que otra piña en el aire. Mientras, las mareas humanas se alistaban para la segunda pizzería, con un sinfín de frases motivadoras. “¡Vamos, que hoy solo se come pizza, che!”, “¡Por una porción, doy la vida, hermano!”, “¡esto es un lindo quilombo!”: retumbaban con fuerza en cada esquina de la avenida Corrientes.

Algunos, un poco borrachines, piropeaban a las mujeres que pasaban cerca. Otros, en cambio, se acercaban en grupo a otros grupos para entablar vínculos. Me comentaban, por lo bajo, que se han llegado a formar matrimonios y concretado divorcios luego de esta experiencia existencialista en la Reina del Plata. Increíble, pero real. Por si acaso, precavidos, nadie quiso echarle la culpa a la pizza. A favor y en contra, la fiesta pizzera ya tomó color y calor. Lookeados con pelucas maradonianas, galeras y anteojos fluorescentes, los paladares siguieron precalentando para lo que vendría. El camino era largo y nadie quería perderse nada. Más allá de las opiniones que generase el copamiento de la avenida de los teatros y las luces del espectáculo, elegí una frase simbólica de uno de los centenares de anónimos, con tono emotivo: “Desde que nací, mis padres pensaron que era celíaco. El año pasado, en mi primera edición de Muza 5K, descubrí que no lo era. Le estoy eternamente agradecido a la pizza”.

 

LAS MANOS EN LA MASA

En toda competencia reina la ansiedad. Fuese deportiva, musical, artística o gastronómica. No importa el rubro. En este caso, todos caminaban ligero, en ritmo de marcha, para llegar rápido a la próxima parada. Ya en la segunda, Pin Pun –elegida posteriormente como la pizzería que atesora la mejor muza–, se formaban colas interminables de hasta una cuadra. Eso, lógicamente, generaba fastidio. ¿Consecuencia? Muchos, resignados, se adelantaban a la pizzería siguiente. “No se llenen, regulen”, gritaba uno por allí con la excusa perfecta para alivianar las masas. Cada uno con sus mañas mantenía encendida la llama del encuentro. La consigna era no aflojar. El que no siguiera el trayecto, el que abandonase a mitad de camino era considerado un traidor.

“¡El que no salta, abandonó!”, vociferaban, de manera desafiante, los más exaltados. “Acá nadie abandona”, retrucaban los de perfil más bajo. Esto empezaba a marcar diferencias evidentes entre los maratonistas. Lo cierto es que los más radicales, al mejor estilo futbolero, incitaban al resto a mantener el fervor intacto. “Si vas a ver un partido de fútbol a la popu, tenés que cantar. Acá pasa lo mismo: hay que alentar a la muza, viejo”, era la consigna.

 

DTs

Entre charla y charla –muchas de ellas filosóficas, incluso metafísicas–, mis piernas se iban endureciendo. Los kilómetros avanzaban y el asfalto se hacía sentir sobre mi cuerpo. Amo caminar (de hecho, lo hago diariamente), pero en la mitad del recorrido me empezó a pasar factura el viaje al Sur. La primera parte de la competencia concluyó con dos auténticos clásicos de la ciudad: Kentucky y Banchero (varios continúan reivindicando a la original, del barrio de La Boca). A esta altura, con mayor cansancio encima, me dediqué a hilar aún más fino. Lo más interesante ha sido que, cual directores técnicos de fútbol, todos empezaron a opinar con seguridad sobre cada una de las porciones.

“Si en nuestro país hay tantos entrenadores como habitantes, lo mismo sucede con los críticos de la pizza. Ser criticones está en nuestro ADN”, sostuvo Juan, de asistencia perfecta en las ediciones Muza 5K. Los testimonios que tenía sabor a ajo. Fue espectacular. Menos mal que no tengo que besar a nadie esta noche”, contó, entre risas, un fanático, porrón de cerveza en mano. “A mí me gusta que la muzzarella tenga mucho relleno. Mientras más gordita, mejor”, opinó otro fiel seguidor junto con su pareja. “Una buena muza tiene que chorrear queso y aceite. Cuanto más esponjosa y más caliente, más rica. Solo así me conmueve”, afirmaron, por su parte, los más morruditos.

En una pausa tuve la oportunidad de hablar con Miguel, maestro pizzero de Kentucky, que muy gentilmente detuvo su labor unos minutos y me dio una explicación del fenómeno opinólogo. “El argentino es un apasionado eterno de la pizza al corte y cada vez que pruebe una porción la va a juzgar. En general, adora ver el queso derretido, chorreado en el plato. Por eso, a la pizza le ponemos medio kilo de pura muzzarella”, indicó.

A decir verdad, en la mitad del periplo, por cuestiones lógicas, el fervor fue menguado y los pizzanómanos sosegaron el ritmo. “Es tremendo cómo salí de la cuarta pizzería. No doy más, negro. No soy experto, pero el gusto personal vale y cuenta mucho. Hasta ahora, me encantaron todas, aunque Banchero es siempre Banchero. Me hice un sandwichito de muza y lo mostré en la tele”, confesó, híper exultante, Lucas, que llegó exclusivamente desde Chivilcoy para deleitarse con las porciones más suculentas. A esta altura, todos eran técnicos y las comparaciones ¿odiosas? estaban a la orden del día. Era cuestión de hacer una pausa y encarar el segundo tiempo con más energía. Evidentemente, los argentinos no solo cuestionan si Messi tiene que jugar con Tevez o Di María; también conceptúan si la muza va con ajo, orégano o tiene que tener un grosor determinado.

 

ALGO MÁS QUE CURIOSIDAD

El tramo final incluyó tres infalibles, esos que recordamos todos desde añares: La Americana, Güerrin y el Palacio de la Pizza. Literalmente, me sentí en el limbo. Me metí de lleno en el epílogo de una jornada entera dedicada a la pizza. Nobleza obliga, ya estaba pensando en sentarme en el subte para volver a casa y poner los pies en remojo. Lo más llamativo de la segunda mitad fue el acercamiento de gente ajena al evento, que por momentos se mostraba desesperada por una porción. “¿De qué se trata esto?”, me preguntó Rosa, mientras me tocaba la espalda incesablemente. “¿Quién te dio la remera? Yo quiero una”, me suplicó Carlos, albañil de la zona de Plaza Miserere. “¿Qué pasa en las pizzerías? ¿Hay algún famoso? Quiero ver fotos”, rogó Cora, una simpática ama de casa, muy cholula, que además quiso que le consiguiese una muza bien cargadita. En fin, los curiosos se acercaban a medique tenía sabor a ajo. Fue espectacular. Menos mal que no tengo que besar a nadie esta noche”, contó, entre risas, un fanático, porrón de cerveza en mano. “A mí me gusta que la muzzarella tenga mucho relleno. Mientras más gordita, mejor”, opinó otro fiel seguidor junto con su pareja. “Una buena muza tiene que chorrear queso y aceite. Cuanto más esponjosa y más caliente, más rica. Solo así me conmueve”, afirmaron, por su parte, los más morruditos.

En una pausa tuve la oportunidad de hablar con Miguel, maestro pizzero de Kentucky, que muy gentilmente detuvo su labor unos minutos y me dio una explicación del fenómeno opinólogo. “El argentino es un apasionado eterno de la pizza al corte y cada vez que pruebe una porción la va a juzgar. En general, adora ver el queso derretido, chorreado en el plato. Por eso, a la pizza le ponemos medio kilo de pura muzzarella”, indicó.

A decir verdad, en la mitad del periplo, por cuestiones lógicas, el fervor fue menguado y los pizzanómanos sosegaron el ritmo. “Es tremendo cómo salí de la cuarta pizzería. No doy más, negro. No soy experto, pero el gusto personal vale y cuenta mucho. Hasta ahora, me encantaron todas, aunque Banchero es siempre Banchero. Me hice un sandwichito de muza y lo mostré en la tele”, confesó, híper exultante, Lucas, que llegó exclusivamente desde Chivilcoy para deleitarse con las porciones más suculentas. A esta altura, todos eran técnicos y las comparaciones ¿odiosas? estaban a la orden del día. Era cuestión de hacer una pausa y encarar el segundo tiempo con más energía. Evidentemente, los argentinos no solo cuestionan si Messi tiene que jugar con Tevez o Di María; también conceptúan si la muza va con ajo, orégano o tiene que tener un grosor determinado.

 

ALGO MÁS QUE CURIOSIDAD

El tramo final incluyó tres infalibles, esos que recordamos todos desde añares: La Americana, Güerrin y el Palacio de la Pizza. Literalmente, me sentí en el limbo. Me metí de lleno en el epílogo de una jornada entera dedicada a la pizza. Nobleza obliga, ya estaba pensando en sentarme en el subte para volver a casa y poner los pies en remojo. Lo más llamativo de la segunda mitad fue el acercamiento de gente ajena al evento, que por momentos se mostraba desesperada por una porción. “¿De qué se trata esto?”, me preguntó Rosa, mientras me tocaba la espalda incesablemente. “¿Quién te dio la remera? Yo quiero una”, me suplicó Carlos, albañil de la zona de Plaza Miserere. “¿Qué pasa en las pizzerías? ¿Hay algún famoso? Quiero ver fotos”, rogó Cora, una simpática ama de casa, muy cholula, que además quiso que le consiguiese una muza bien cargadita. En fin, los curiosos se acercaban a medida que nos aproximábamos al Centro. Tomando distancia de la situación, me di cuenta de la soledad que impera en las grandes urbes y la necesidad de ganar algo, aunque sea una porción de pizza, para alegrar el alma. “Desde el punto de vista sociológico, Muza 5K es interesantísimo. Nos muestra el lado B de la gastronomía. Lo real, lo palpable, la calle. Como periodistas, nos hace dar cuenta de que no todo es protocolar. Esto nos baja a tierra, nos conecta con la gente, con los que patean la calle con o sin rumbo”, sintetizó Hidalgo.

 

100 BARRIOS PORTEÑOS

Que la avenida Corrientes está llena de mística y es parte esencial, intrínseca de Buenos Aires, no quedan dudas. Vinculada eternamente con los teatros y las librerías, su fisonomía cambia radicalmente según el barrio. A través de 5 kilómetros caminé por Chacarita, Villa Crespo, Almagro, Once, Balvanera, Congreso, Tribunales, Centro y Microcentro. A medida que iba en busca de nuevas porciones, he disfrutado –y no tanto– las camaleónicas facetas de la avenida. En Chacarita siempre tengo esa sensación de querer irme pronto. Será por la populosa estación de trenes y subte o por el cementerio, que me trae recuerdos muy íntimos.

En Villa Crespo me detuve en varias oportunidades a pispear los locales de ropa. Ofertas, liquidaciones y tendencias, mimetizadas con los típicos edificios clase media y restaurantes estilo palermitanos (por eso, hoy muchos hablan de Palermo Queens, aunque le ponga los pelos de punta a los hinchas de Atlanta). Ya en Once, los manteros se adueñaron de la vereda y, más que nunca, volví a cuidar mis bolsillos. “Andá con cautela. La experiencia Muza 5K está buena, pero esto es Buenos Aires y te pueden arrebatar tus pertenencias en cualquier momento”, me sopló un vecino, al oído.

De Tribunales a la 9 de Julio, carteleras con vedettes, cafecitos, ruidos de bocina y vértigo. Así de cambiante, así de ecléctica es esta avenida que en los últimos años había perdido brillo por las reiteradas crisis sociales que azotaron el país. Sin embargo, y a modo de abrazo simbólico, terminamos todos aplaudiendo la organización y la buena predisposición de las pizzerías, con panza llena y corazón contento, en el Obelisco, símbolo inequívoco de Corrientes y su leyenda viva, que todavía emociona a propios y extraños.

Fin de la maratón. Momento de recuento de votos y opiniones variopintas para intercambiar con los protagonistas. Valió la pena compartir esta experiencia urbana, con sus atractivos y sus riesgos. Porque, al fin y al cabo, solo se trata de vivir. Y esa es la historia. Para cerrar, me quedo con el testimonio de Eduardo, camarero de tres décadas que trabaja incansablemente junto a la pizza: “Cada una de las pizzerías adherentes se ha destacado por alguna razón. No hubo ganadores ni perdedores pues todas dejaron el alma para contentar a los exigentes paladares porteños. A modo de conclusión, quiero reivindicar el concepto de pizza al paso. Es decir, las porciones que uno come, apurado, en la semana, de parado, con un vaso de gaseosa o cerveza. Ese ha sido el eje de Muza 5K. Un reconocimiento a la filosofía del probar e irte, ese copetín al pasar que trascendió modas y vaivenes económicos. Porque la pizza no se mancha”



Etiquetas pizza
Categoría Cuisine

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