Narda Comedor al aire libre

La primavera y las nuevas condiciones de la pandemia le dan vida a espléndidas zonas de encuentro entre las 10 y las 23 h; antes estaban, pero dormidas. En nuestro más reciente recorrido, partimos hacia Narda Comedor para darnos un pequeño banquete en la vereda.


por CRISTINA GOTO

Los restaurantes de la calle Mariscal Antonio José de Sucre al 600, entre Av Figueroa Alcorta y Castañeda en Palermo, viven la calle a pleno. Balconeadas, vereda, pavimento y la plaza verdísima son ahora un gran espacio para comer y charlar. La circulación vehicular, en esa cuadra, fue cortada; solo la bicisenda y un recorrido para el caminante acompañan la movida. El habitante ganó espacio y confort. 

Es mi primera salida a un restaurante después del 12 de marzo en Komyun, cuando hicimos nuestra última degustación presencial para socios en 2020. Decidimos con Máximo Pereyra Iraola, editor de Cuisine, ir a Narda Comedor para compartir la experiencia. Aquí el relato:

Narda sumó la vereda que está al lado del restaurante y la enmarcó con un mural colorido, lleno de grandes frutas y flores sobre un fondo azul celeste, y sumó techito blanco acogedor, muy bienvenido. Comer al aire libre no siempre es cómodo; las galerías cubiertas, sí.

En noviembre el atardecer empieza a las 19. Llegamos a las 18, entre la hora del té (merienda) y la cocina de la noche (19 a 23). Para no confundir demasiado al paladar en una seguidilla que no tendría mucha pausa, preferimos empezar con una merienda salada para luego pedir los principales y el postre de la carta nocturna. Gran idea.

Para acompañar las entradas elegimos pomelada y limonada, elaboradas con recetas de la casa. Jugos naturales de fruta (colados, sin pulpa), infusionados con almíbar de jengibre, que les aporta aroma y picor. Los sirven en vaso con hielos enteros. Son bebidas refrescantes, de dulzor equilibrado. Ideales para una tostada de masa madre con palta, quinoa, sésamo y yoghurt más huevo cocido 5 minutos, tibiecito y reconfortante; sumamos, ya que estábamos, tostadas para una ración sabrosa de jamón y queso. Todo lo compartimos para no perder esa picada + entrada que comimos. Nos tomó tiempo, y mientras charlábamos veíamos cómo cambiaba la escena.

A la noche se sirve en la vereda y la calle. Era el momento del pan y manteca, todo hecho en casa (un clásico inamovible de la carta) aunque tienen también manteca Ventimiglia; cualquier opción es imperdible. El camarero nos tentó con una burrata con espárragos; la primavera a pleno con este vegetal generoso servido con polvo de hongos y avellanas. Y para celebrar y brindar por el encuentro elegimos sidra Pülku de manzana, después de ser presentados con diversas opciones, como la Trucha roja de Tato Giovannoni (Gin Príncipe de los Apóstoles, jugo de tomate, pimientas jujeñas, salsa inglesa, pimentón de Cachi y sal jujeña: una especie de Bloody Mary del altiplano) y las botellitas de cocktails de Inés de los Santos, que da lástima abrir de lo lindas que son: una para el "Cosmopolitan de los 90's", otra para el "Sagrado Penicillin", y alguna más con amorosa latita de ginger ale. Aunque optamos por la sidra, damos fe de que valen la pena. #TomaloEnCasa, rezan las etiquetas. Hacelo, háganlo.

Nuestros paladares se concentraron, sin embargo, en las vieiras y navajas a la provenzal, "lujo asiático" por usar una expresión antigua. Llegaron desde Tierra de Fuego y estaban como para pedir ración doble, probablemente con un Sauvignon Blanc. Habrá que volver y hacerlo. ¡¡Una delicia!! Y como segundo quisimos pedir un clásico del Comedor: el ossobuco braseado con puré de papas y bróccoli, contundente, como siempre.

Un amigo, que encontramos por casualidad, pidió un arroz salteado con huevo, kimchi y panceta casera. Nos contó que estaba sabroso. Lo vimos disfrutar y lo acompañó con una Stella. 

Fin de la noche frugal: una porción compartida de una carrot cake a punto. La gente seguía llegando. Alguien tocaba versiones de distintos temas en la guitarra antes de pasar una enorme bolsa que hacía las veces de gorra. Más amigos. El espíritu era festivo y parecía que no iba a terminar muy temprano.



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