Pablo Ponce: contar el vino


Entrevistamos a un enólogo comunicador, anfitrión de nuestro ciclo de Enólogos por enólogos y verdadero apasionado del arte de hacer y entender el vino. El acercamiento a la industria, la familia, la escritura, el paladar… de todo esto hablamos con Pablo Ponce Tiviroli.


Pablo Ponce: contar el vino Pablo Ponce: contar el vino


por ANA PAULA ARIAS

Pablo Ponce creció alejado de la liturgia vitícola y se le fue acercando de a poco hasta convertirse en un apasionado. Se presenta como enólogo comunicador, un híbrido de profesiones que busca sacar lo mejor de dos mundos y que hace un puente entre consumidores y técnicos. Amigo de la casa, charlamos con él para conocerlo un poco más y descubrir cómo se puede hablar de vino con claridad y no perecer en el intento.

¿Cuál es tu primer recuerdo con el vino?
Si bien no vengo de una familia vinculada al mundo del vino, me remonto a mi infancia porque mi abuela vivía en un lugar que estaba rodeado de viñedos. Me acuerdo de ser chico y jugar entre los parrales con mis primos, robarnos la uva Moscatel y comer y jugar ahí. Después también tengo un leve recuerdo de cuando era chiquito y equivocadamente me mandé un sorbo de vino pensando que era otra cosa; hasta el día de hoy me acuerdo de cómo lo escupí y de cómo era el vaso del que tomé ese vino. En mi adolescencia, sin embargo, no era consumidor de vino, ni siquiera cuando comencé la facultad. Recién cuando empecé a trabajar en bodega y estar más en contacto con el producto en sí fue que me empecé a interesar.

¿Pero tomaban vino en tu casa?
Se tomaba habitualmente, pero en el momento en que empecé a cursar la carrera, yo no consumía vino. Me estaba metiendo en un mundo que no conocía, que no sabía de qué se trataba. De todas formas creo que a los 18 años nadie tiene muy en claro qué quiere de su vida.

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El primer trago de alcohol es, se sabe, difícil. Los consumidores que no se animan aún al tinto lo hacen por dos cuestiones fundamentales: el rechazo a ese primer acercamiento, amargo y extraño, y la falta de identificación con un relato plagado de tecnicismos que los frustra y los expulsa casi al mismo tiempo. En este sentido, ese Pablo joven recién salido de la escuela secundaria se les parece bastante. El mundo del vino se le presentó como un lugar desconocido al que se acercó por recomendación de su madre, que con una lógica aplastante un día le dijo: “¿Por qué no te metés a estudiar enología? Estamos en Mendoza, y acá el vino nunca se va a acabar”. Y así lo hizo. Accedió a una beca en la Facultad Don Bosco y en 2002 empezó la carrera con más curiosidad que certezas.

Tres años después empezó a trabajar en bodega La Rural, con el gran Mariano Di Paola, y de ahí no paró más. “Después trabajé en Familia Zuccardi; en el medio, en 2007, me recibí y en 2010 me fui a trabajar a Escorihuela Gascón. Ese año, en paralelo, empecé a trabajar en el proyecto de consultoría y comunicación Área del Vino. 
2013 fue el último año en que ejercí como enólogo en Bodega La Celia, donde me instalé para estar más cerca del proceso”, cuenta Pablo.

¿Ahí empezaste a interesarte en el aspecto comunicacional del vino?
Sí. En 2011 creé mi blog, The Big Wine Theory, y ya en 2013 me decidí, porque no podía hacer las dos cosas al mismo tiempo, e hice mi última vendimia. Me arriesgué a empezar de cero en un rubro en el que sabía que iba a tener mucha contra. Pero después, con el tiempo, muchas bodegas me empezaron a pedir que les maneje sus redes y que les genere contenido, y ahí con un socio fundamos una agencia de comunicación que se llamó Humo Contenidos.

Qué nombre.
Sí, le pusimos ese nombre a propósito porque nadie entendía cómo, por medio de una red social, literalmente se podía ganar plata.

¿Dónde más escribís?
Escribo para varios medios de comunicación, tanto de Argentina como del exterior. Vinetur (España), Cocina y Vino (Venezuela), Parawine (Paraguay), entre otros. A mí me gusta mucho escribir, y cuando lo hago me baso en mi experiencia como estudiante universitario que tenía que “traducir” de alguna forma los textos de la facultad. Hay una frase que una vez escuché que dice que “uno cuando es grande tiene que ser la persona que necesitaba cuando era joven”. Yo me pongo en ese rol, digo “voy a escribir un artículo” y tengo que pensar que no entiendo nada de lo que voy a escribir, entonces le meto dibujo, le meto infografía, le meto la parte más teórica y le pongo después la traducción cuyana. Lo mismo hago cuando genero contenido para redes sociales, tanto para las mías como para las bodegas en las que trabajo. En mi IG tengo un ciclo de charlas que se llama
Desburrate con enólogos, y lo que hacemos son vivos en los que hablamos con diferentes enólogos que explican cómo se hace el vino tinto, cómo se hace el vino blanco. El próximo que vamos a hacer es sobre cómo se hace el vino rosado. Siempre en pos de explicarle a la gente de una manera muy sencilla.

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Para Pablo hablar de vino es decodificar la jerga enológica para que el consumidor de a pie no se sienta abrumado, aprenda, y pueda conectarse con un mundo tan fascinante como confuso. En paralelo, sin embargo, hay un innegable distanciamiento en la relación entre el vino y la gente. ¿Cómo volver sobre nuestros pasos y hacer del vino un producto más accesible, que no pierda delicadeza, pero que tampoco se vuelva elitista? Quizás la clave esté, una vez más, en cambiar el eje de la conversación y empezar a hacer hincapié en cómo los consumidores inexpertos pueden convertirse en potenciales vinófilos. “A los consumidores nuevos les digo: hay que encontrar el vino con el que empezar y el mismo paladar después te va a ir pidiendo otras cosas. Siempre se dice que el principal competidor del vino es la cerveza y que hay muchos jóvenes tomando más cerveza que vino; yo lo veo quizás más a futuro, porque pienso que todos esos jóvenes que hoy toman cerveza en algún momento van a tomar vino porque el paladar cambia, la cultura alcohólica cambia, los momentos cambian. La idea es empezar con vinos simples, dulces o livianos y ya cuando vemos que podemos domar ese estilo de vinos, pasar a algo de más potencia o calidad”.


Salvando la excepción de la cuarentena, venimos atravesando una época en la que desciende el consumo de vino año a año, ¿pensás que la industria está a tiempo de pegar el volantazo y hacerse más atractiva para los consumidores?
Yo creo que siempre estamos a tiempo porque yo al vino lo veo como una bebida milenaria. Hace miles de años que existe y probablemente va a seguir existiendo por muchos miles de años más. Por supuesto que siempre en estas transiciones, y en estas épocas, quedan muchos en el camino, pero después surgen nuevos proyectos y aparecen nuevas bodegas. Quizás las que más espalda tienen son las que quedan, pero siempre estamos a tiempo porque para mí el vino no es una moda. Es cierto que hay momentos en los que se consume más un estilo que otro, pero también yo sé que el que entra al mundo del vino se queda en el mundo del vino; no es por ahí como otros estilos de bebidas que son momentáneas, que te gusta tomar mucho en una época y después no. A mí me gusta mucho el mundo del vino porque siento que no tiene techo: se vincula con viajes, se vincula con música, con gastronomía, con arte, con personas, con lecturas, es infinito. Además sabés que nunca en la vida vas a probar todos los vinos, entonces yo creo que el vino tiene esa motivación de saber que siempre estamos a tiempo de cambiar, de mejorar algo. Sin duda es una industria bastardeada y que no la está pasando bien desde hace mucho tiempo; estas transiciones son caóticas en el sentido de que hay quienes lo dejan todo y sin embargo no sobreviven.

¿Y qué lugar ocupa la comunicación en lo que respecta al consumo?
La comunicación en el mundo del vino actual, pasada y futura es fundamental para saber de dónde venimos, en dónde estamos y hacia dónde queremos ir, pero siempre con una estrategia. No se puede ir viendo qué hacemos sobre la marcha, porque ahí es donde muchos se quedan.

¿Y qué te parece que va primero: el paladar de la gente o la industria que propone algo nuevo y quiere venderlo?
Yo creo que siempre va primero el paladar de la gente. Vos podés proponer hacer vinos con uvas cosechadas en Marte, pero si a la gente no le gusta, no te lo va a comprar. Por eso cuando uno está en la industria del vino tiene que estar siempre atento a qué es lo que pasa, qué se consume más, qué busca la gente; a veces por seguir con tu producto que es el mismo de toda la vida y por no querer ceder un poco a la moda del momento o a lo que el consumidor te pide, morís con la tuya. Para mí siempre la decisión la tiene el consumidor. Con la comunicación pasa lo mismo: vos podés tener un producto estrella, pero si lo comunicás de manera errónea, de manera equivocada, el consumidor te va a bajar el pulgar sin haberlo probado. Se dice que el primer vino lo vende el diseñador y el segundo vino lo vende el enólogo. El que no conoce un vino va y lo agarra en la góndola porque le llamó la atención, el packaging, el nombre, la imagen o el diseño, y si le gustó lo vuelve a comprar, pero lo vuelve a comprar porque entendió que el producto en sí es bueno.

Después de todo este camino en el mundo de la comunicación, ¿extrañás hacer vino?
Sí, la verdad que sí, sobre todo por todas las cosas que suceden durante la vendimia, que es un momento mágico dentro de una bodega. A la vez tengo la suerte de que, al tener un trabajo de gestión propia, ando de arriba para abajo en un montón de bodegas. Hoy puedo estar trabajando desde casa, mañana me voy a laburar a una bodega de algún amigo y lo único que necesito es sentarme y conectarme a internet, nada más. Igual es parte de lo que llevo adentro, la parte técnica me gusta mucho. En algún momento (imagino que en un par de años) volveré a hacer algo técnico, pero ahora estoy muy enfocado en esto, en la comunicación, en posicionarme como el enólogo comunicador de vinos. La verdad es que eso es algo que me ha ayudado a hacer un diferencial y a la comunicación en sí que es lo que me gusta.


Para leer un poco de lo que escribe Pablo, visitá www.thebigwinetheory.com
En IG: @pabloponcetiviroli

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