Perenne ícono GASTRONÓMICO
2016-03-09Se dice por ahí que los patricios romanos tenían su versión de la hamburguesa y que tribus mongolas y turcas procesaban la carne de menor calidad para hacerla más comestible. Esos preámbulos llevaron, en 1895, al chef conectiqués Louis Lassen a preparar la primera hamburguesa yanqui. Ahora llega, en forma de crítica, un delivery que ofrece este potente bocadillo en distintas variantes.
Texto e ilustración de KALIL LLAMAZARES
La familia de mi madre es de origen británico. Entre muchos
folklores, que incluyen el escape de Irlanda de un bisabuelo violinista
perseguido por los ingleses tras rescatar de la horca a un cura católico,
brilló en mi infancia con intenso fulgor el respeto por los manners. Los
modales en la mesa se machacaban a través de severas amonestaciones –“get your
elbows off the table”, “never eat with your mouth open” o la más musical “comb
your hair, you look like a bloody golliwog”– que formaban parte de una
extemporánea idiosincrasia anglo-argentina que no excluía prácticas victorianas
como el castigo físico en las escuelas y elocuentes conceptos sobre la infancia
–“children should be seen and not be heard”–. A grandes rasgos, estoy agradecido
por este singular legado. Al fin y al cabo, hay pocas cosas más disgusting que
alguien masticando con la boca abierta.
Ahora bien, en mi temprana adolescencia los rigores de esa
educación estimularon una rebeldía igualmente intensa. Veía los manners como el
colmo de lo superfluo y lo arbitrario. En ese incipiente imaginario rebelde
había una idea gastronómica ubicada en las antípodas de los modales británicos.
Intentaré describirla. Desierto del Mojave, gasolinera. A un costado,
food-joint ranfañoso. En una moto llega un tipo parecido al guitarrista Duane
Allman. Arrastra las botas hasta el interior del comedero, en el que suena
Lynyrd Skynyrd. Se sienta en la barra. Le sirven una cerveza que escabia
derecho del pico. Entra en cuadro una camarera con suculenta hamburguesa. Con
ambos codos sobre la mesa, Duane pega tremendo y descuidado mordisco. Restos de
salsa en la barba son limpiados con el puño de una campera de jean. Rude &
obnoxious.
En esta ensoñación adolescente se formó una analogía que perdura
hasta hoy: la hamburguesa es la comida del rock. Las cadenas globales de comida
rápida han hecho lo posible por arruinar todo lo que tiene de bueno ese noble
sámbuche. No hay nada de rock en esos locales donde todo es falso y engañoso.
Abundan sobre ellos las más truculentas leyendas urbanas. Aun sin comprobar que
sean ciertas, tomemos la firme decisión de no pisar jamás esos antros
deleznables.
Por fortuna, la hamburguesa, noble y perenne ícono
gastronómico, ha sobrevivido a ese masivo ultraje y sigue siendo un plato rico,
sustancioso y barato, ideal para iniciar una noche larga o curar la resaca al
día siguiente. Abundan en Buenos Aires los cocineros que se proponen hacer la
hamburguesa perfecta. Burger Joint, Dean & Dennys o Ninina Bakery, en Palermo;
San Gennaro y Mad, en Belgrano; Raval, Lo de Facu, La Anita Brooklyn y el
inefable food truck Lo de Fabio, en San Isidro.
Si tuviera una moto, encararía ese calórico tour en busca de
la burga ideal, pero el propósito de esta columna es hacerse traer el morfi,
así que haré un pedido a PerezH (perezh.com), que te acerca a domicilio una
hamburguesa poderosa. La receta de esta maravilla, que incluye tapa de asado,
roast beef y otros ingredientes secretos, fue ideada por el cocinero Antonio
Soriano y es despachada en tres locales: San Telmo, Palermo y Microcentro. A
este último, que ofrece delivery, llamo un mediodía primaveral. Pido un Cheese
Burger, el clásico que debería usarse como punto de comparación entre todos los
joints. Pido también una rareza, la Criolla Especial, que en la mezcla tiene
chorizo y morcilla y en lugar de cheddar viene con provoleta. Como si fuera
poco, sumo una porción de fritas. Para bajar la comilona, un porrón de Imperial
Weissbier, vernácula cerveza de trigo que me recuerda a la gloriosa Paulaner,
fundada por frailes muniqueses en 1634.
Las hamburguesas son muy buenas, elaboradas en el día con
160 gramos de carne del país. El pan, horneado en la panadería La Mariposa de
San Telmo, es fresco y esponjoso, rociado con semillas de sésamo y lino. El
Cheese Burguer trae lechuga, tomate, cheddar y pepinos encurtidos caseros. La
Criolla Especial resulta muy sabrosa, casi una parrillada deconstruida y vuelta
a armar entre dos panes. Las papas –leo en el folleto que acompaña el pedido–
son de la variedad Frital Inta. Cortadas a mano y con cáscara, son doradas y
han sido salpicadas con fragante romero fresco. Los precios, como corresponde a
este plato popular, son moderados. Ofrecen unas cuantas variantes: de pollo, de
cerdo y vegetariana (arroz yamaní y lentejas). Para beber se puede pedir
limonada casera con menta y jengibre o té helado de durazno, además de aguas,
gaseosas y cervezas.
Conclusión:
altamente recomendable. Agrego, de yapa, heterogéneo playlist rocker de cinco
temas para coronar la experiencia: 1) “Statesboro Blues”, de Allman Brothers;
2) “Four Letter Word”, de Lukas Nelson & Promise of the Real; 3) “I Don’t
Owe You a Thang”, de Gary Clark Jr; 4) “Who Did You Think I Was” (Live at
Crossroads), de John Mayer Trio; 5) “Someday Baby”, de R. L. Burnside.