Los viñedos del Atlántico

Magnífica travesía en Trapiche Chapadmalal, proyecto vitivinícola a escasos 3 km de la Costa Atlántica. Vinos ligeros, frescos, frutados, con sello marino. 

Sol abrasador, temperaturas cercanas a los 30 grados, arenas cálidas, mar fresquito (ideal para un chapuzón) y buena compañía. Finde en MDQ, La Feliz o, simplemente, Mar del Plata. Una ciudad magnífica, más aún fuera de temporada. 

Pueden discutirla -sobre todo cuando la muchedumbre copa la parada en enero-, pero si uno toma distancia del bullicio, comprenderá que es fabulosa por donde se la mire. De pé a pá. Una gran urbe, con todas las letras, pero con ritmo pausado. “Si tiene mar, cualquier locación es diferente”, me dice un marplatense, a metros del Boulevard Peralta Ramos.

Decidí descansar dos días para deleitarme con las brisas marinas y, además, conocer una… ¡bodega! Sí, no leyeron mal ni me equivoqué a la hora de tipear. A media hora de MDQ, derechito por la Avenida Independencia, que se convierte en una placentera ruta, a solo 3 km de Chapadmalal, la Bodega Trapiche apostó a un emprendimiento de alto vuelo. 

Otrora impensado, se implantaron viñedos en una zona húmeda, lluviosa, con vegetación tupida. “Es una nueva experiencia que revoluciona todo lo conocido. Un tesoro escondido entre el mar y la pampa, cultivado para revolucionar todo lo conocido. Una nueva faceta de la vitivinicultura argentina que desafía el statu quo y llama a vivir nuevas experiencias”, explicó el enólogo Ezequiel Ortego, sobrino del queridísimo Daniel Pi. 

Mis ojos no salían del asombro. Pasé un domingo totalmente diferente en una bodega experimental, inmersa en el clima costero, de cara a la inmensidad del Atlántico Sur. Campo, campo y campo. Eso es lo que vi. Intenté encontrar Los Andes, de manera inconsciente. No, aquí se plantea una historia muy particular. 

Recorrí la bodega, vi las barricas, los tanques, una magnífica estancia colonial y, finalmente, me dediqué a degustar los productos. ¿Con qué me encontraría? ¿Qué tipos de vinos iría a probar? Esos interrogantes me generaban enorme inquietud. Tras 10 años ininterrumpidos en el mundillo vinófilo, me topaba, por primera vez, con algo súper innovador, con tintes oceánicos. 

“Cada uno de nuestros vinos reflejan la generosidad de nuestras tierras y la frescura de nuestros mares que, combinados en perfecta sintonía, nacen para cautivar los paladares más exigentes y buscadores de nuevas aventuras”, agregó Ortego. 

¿Por qué los vinos de la costa son tan especiales? Pregunta que cayó de maduro. Porque Chapadmalal es un lugar privilegiado para el desarrollo de la vid. Sí, aunque cueste entenderlo y decodificarlo. Plantados al nivel del mar y bien pegaditos a la costa, los viñedos crecen bajo un clima más húmedo y más frío que los de montaña. 

“Esto es ideal para varietales de ciclo corto. A diferencia de los viñedos de montaña, no necesitan ser irrigados por el hombre para su crecimiento. Las temperaturas máximas moderadas y noches frescas otorgan una menor acumulación térmica a lo largo del ciclo vegetativo. Esto da como resultado una serie de vinos más frescos y más delicados, de gran complejidad aromática y buen volumen. Y presenta la particularidad de poder cultivar algunas cepas poco conocidas en nuestro país”, sentenció el enólogo. 

Picada variopinta para maridar (amo las picadas, no lo niego), me deleité con vinos ágiles, con menor tenor alcohólico y peligrosamente fáciles de beber. En total, fueron tres, rotulados Costa & Pampa: Sauvignon Blanc (fresco, vegetal, verde, cítrico), Chardonnay (explosión de frutas blancas, láctico, cero denso, algo de barrica) y Pinot Noir (tal vez, uno de los más leves que haya probado, con mucha fruta roja en paladar). 

¿Qué otras perlitas hay? Dos blancos de variedades no tradicionales (Riesling y Gewürztraminer) y, en breve, espumantes blanco (blend de Chardonnay y Pinot Noir, elaborado según el Método Champenoise y una crianza sobre lías de nueve meses) y rosado (blend predominante de Pinot Noir con leve toque de Chardonnay, Método Champenoise y crianza sobre lías de nueve meses). 

La tarde dominical se fue silbando bajito. El sol se ocultó y la noche, híper veraniega tomó la posta. Recargué pilas y descansé. Al día siguiente, tuve que regresar a Baires. Me despedí de Mar del Plata con un dejo profundo de nostalgia, pero consciente de que regresaré. ¡Salud!


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