La columna vinófila: Vino naranja, trendy y delicioso

Para los que beben vino naranja por primera vez el impacto es inmediato: “¡ah, era naranja de verdad!” Lo que parecía un eufemismo se convierte en realidad y en una interesante experiencia. Conocé qué son estos vinos y qué los hace tan especiales.


por ANA PAULA ARIAS

Aunque pueda sonar un poco confuso, los vinos naranjas se elaboran a partir de uvas blancas; es decir que todo lo que percibimos cuando los probamos se lo debemos a la versatilidad típica de las cepas blancas. Es cierto que, cuando pensamos en vino blanco, pensamos en vinos de color dorado pálido, verdosos y cristalinos, y esa imagen que nos hacemos se relaciona más con la ligereza del agua que con la pesadez de los tintos. Por eso, cuando bebemos vinos naranjas, sentimos cómo se actualiza nuestra base de datos, al tiempo que nos quedamos pensando qué acaba de pasar.

La diferencia comienza en la vista y continúa en el paladar. El vino naranja tiene un estilo único que encanta a todos los amantes del vino, tinto o blanco. Aromas a flores de azahar, nueces y orejones son algunas de las características que completan un perfil complejo y atractivo. En boca es untuoso y gordo, al menos para los parámetros comunes de los vinos blancos y rosados. Pero, ¿en dónde radica su encanto? ¿Por qué es tan diferente a lo que estamos acostumbrados a tomar?

Antes de llegar al vino naranja hay que saber cómo se hacen los vinos blancos. En la elaboración de blancos, primero se prensa la uva para separar el jugo de las pieles y las semillas. Ese caldo va a un tanque de acero inoxidable donde fermenta; luego se filtra y se embotella. Es por eso que los blancos jóvenes suelen ser casi incoloros, porque el hollejo no logra ceder demasiados polifenoles. Claro que puede haber maceraciones prefermentativas donde el hollejo le cede al caldo sus aromas y sabores, pero estas no demoran más que algunas horas, y se hacen bajo un estricto control de frío.

Los vinos naranjas, en cambio, se elaboran como vinos tintos, pero con uvas blancas. En lugar de separar los sólidos del mosto ni bien entran los racimos a la bodega, se pone a macerar todo junto: pieles, semillas y pulpa. Este paso puede durar entre una semana y un año, según el criterio enológico. Lo interesante acá es que hay una importante cesión de taninos, por lo que el resultado es un vino que a la vista es más parecido a un rosado, pero con una estructura tánica de tinto ligero. Y no es lo único que los vuelve distintos: el recipiente donde ocurre la maceración y la fermentación también le aporta una impronta especial. 

Como los vinos naranjas están fuertemente vinculados a la nueva ola de vinos naturales, en general se vinifican a la vieja usanza: en tinajas, ánforas de barro o en piletas de cemento, por lo que su crianza (breve o larga) es de carácter oxidativo, en contacto con el aire. Esto también juega un papel fundamental en su distintivo color ambarino. La fermentación sigue en esa misma tónica porque no hay adición de levaduras, si no que se suele trabajar con fermentación espontánea.

Servicio y maridaje

Como es un estilo bien en el medio entre vino blanco y vino tinto, hay que tener cuidado con su servicio. Beberlo helado es un error común, y confiar en su volumen para acompañar carnes muy grasosas también. Lo más recomendable es no pasarlo mucho de frío (unos 10°C es lo correcto) y beberlo con carnes magras o platos étnicos. Su compañero ideal, sin embargo, son las tablas de quesos y frutas desecadas.

Productores de Argentina y el mundo

El vino naranja no es una moda o, mejor dicho, sí es una moda pero con muchísima historia. El término se empezó a usar a principios de la década del 2000, pero su elaboración forma parte de una larga tradición vitivinícola. Y, aunque pueda sonar exagerado, en este momento el vino naranja está viviendo un gran desagravio gracias a productores que lo rescataron del olvido y oxigenaron al muchas veces repetitivo mundo del vino.

Los grandes estilos se encuentran en el norte de Italia, donde el viticultor Joško Gravner cambió todo cuando, a fines de los noventa, siguió su instinto innovador y comenzó a elaborar este tipo de vinos. La fiebre naranja siguió por el continente, en Croacia, Eslovenia, España y Francia, y llegó a América, donde EE.UU. se consolida hoy como uno de los principales productores. Nuestro país no es la excepción a la tendencia mundial y ya son varias bodegas las que se animan al vino naranja, entre las que se destacan Ernesto Catena Wines (Ánima L’Orange) y Finca Beth (2KM Chardonnay Naranjo). 

Y vos, ¿ya los probaste? 



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