Esperando la carroza: ¿el último retrato de la mesa familiar?

El grotesco de Alejandro Doria se estrenó el 6 de mayo de 1985 y se consolidó como un retrato de la argentinidad que trascendió su época. A 35 años de su estreno, en Cuisine&Vins volvemos sobre esta obra para hablar de la extinción del domingo como lugar y tiempo de la juntada familiar.



por ANA PAULA ARIAS


Hubo una época donde las pastas y las masitas finas se servían en la casa de todos los argentinos clasemedia. El plato de ravioles, el vino y el pan en exceso se usaban como aglutinante entre familiares que pensaban y vivían distinto. A la mesa se sentaban tíos, cuñados y abuelos que se igualaban en la charla somera. La política y la religión estaban vedadas y el fútbol, patrimonio de los varones, se discutía en el living cuando empezaba a correr el vermú.

Esperando la carroza cuenta esto mismo, pero va más allá, porque devela las fallas de este encuentro, relata la concordia frágil y muchas veces impostada de los domingos; pero también se detiene en los rituales culinarios propios de un estilo de vida que parece ya no existir. El aperitivo de las 12, la fuente de ravioles y, en seguida, los duraznos en almíbar con crema. La sobremesa que cede rápidamente a la hora del café, mientras una tía copa la cabecera y desenvuelve con prolijidad la torta Rogel. 

¿Eso sigue pasando? La familia disfuncional existe, eso es seguro, pero ¿hay tiempo ahora para unir a todos bajo la excusa de la comida? La época de Covid-19 impuso un paréntesis en el ritmo frenético habitual. Desempolvamos los recetarios y aceptamos con paciencia los tiempos lentos de la cocina. Entonces ahí nos dimos cuenta de que, tal vez, esta vida vertiginosa a la que nos acostumbramos pudo haber atentado contra nuestro lado más paciente. En un mundo donde todo es inmediato, las comidas de olla, los almuerzos maratónicos y las reuniones largas pueden resultar exasperantes. 

Doria retrata esto y, al mismo tiempo, se ríe de la comunión familiar. Las sandalias rojas de Elvira (China Zorrilla) aplastan las masitas de un pisotón en medio de una disputa entre cuñadas, una escena que ya es un clásico del cine argentino. La costumbre nacional de forzar la armonía del hogar hasta límites insoportables; una versión aggiornada de la idiosincrasia de nuestros antepasados italianos. La película hace una lectura ácida de los almuerzos de domingo y cuenta las miserias y rencores que aparecen en una reunión fallida desde el comienzo. Una sensación agridulce nos ataca cuando nos reconocemos en los momentos más ridículos de la cinta.

Sin embargo, el ejercicio de rever a conciencia esta comedia, nos da cierta nostalgia. Las reuniones de antaño no eran inmaculadas, pero tenían su encanto. Y ese encanto tal vez residía en un menú extenso y el tiempo suficiente para disfrutarlo. Esperando la carroza habla de esa argentinidad imperfecta, con platos y costumbres heredadas, pero que, con el tiempo, se hicieron nuestros. Un prototipo de familia que se extingue con el correr de los años, evoluciona, cambia, y que busca sus propios rituales culinarios.



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