Diarios de cuarentena: "¿Y si me llevan los ovnis?"

En tiempos de encierro y de ya no saber qué hacer para pasar el tiempo, siempre serán bienvenidos los entretenimientos, porque no todo es comer y beber: también podemos hablar sobre comer y beber. Bien lo sabemos nosotros, y por eso les traemos nuestras clásicas y plumíferas columnas, rebautizadas, al mundo digital. En esta ocasión, Flavia Fernández y una de sus crónicas de una anti-snob en la que abundan barbijos, pesas y copitas de espumantes en improvisadas cámaras gesell.



por FLAVIA FERNÁNDEZ


Llueve en el día 30 y pico de la cuarentena, son las 11.30 de la mañana y me he declarado en huelga/paro/sciopero. Ayer llegaron las verduras de Elisa, que ya pasaron por la vaporiera y están en sus respectivos tuppers. Me declararé sorda ante la pregunta “¿qué se almuerza?", esa que se pronuncia alrededor de las 12.30, todos los días, cuando yo estoy con la mopa (lampazo que se escurre apretando en balde doble con ruedas, que compré en Mercado Libre) a todo vapor, haciendo brillar los pisos que siempre ignoré porque lo hacían por mí.

Ya van semanas de inventar almuerzos para cinco, y esta no es casa de panchos o hamburguesas. Semanas de picar cilantro como si nada en un horario donde yo era feliz con una palta y un yogur, escribiendo, hablando por teléfono, encendiendo velas y lámparas con aceite de verbena. La reina de la casa. ¿La reina de la casa? Jajaja. Viejos tiempos. Ya casi no me quedan secretos y mis manías son detectadas como ovnis por el pentágono. Entonces pienso –además de confirmar que Fabio Zerpa tenía razón–: ¿Por qué no me llevan a dar una vuelta? Devuélvanme las 19.30/20 hs. con la casa limpia, los deberes hechos y el perro comido, con las patas limpias. Tráiganme después de esa monstruosa clase de gimnasia que hacen en el living blanco, en la que corren mesas, manosean almohadones y dejan caer sin piedad unas pesas inmundas que aparecieron en cuarentena. Viejas, oxidadas, de cuando marido era soltero. Estoy pensando seriamente en hacerle un anónimo a mi suegra francesa para que vuelva a recibir el botín ochentoso. No sé, un chantaje con champagne, una mopa más moderna, un robot...

Después de las 20, como les contaba, el humor cambia. Es la hora del traguito, entonces cocinar me devuelve a mi mejor versión made in Italy. También influye que a esa hora hago la escapada a la casa de mamá (visita a través del vidrio con escafandra & tapaboca). Antes me desvisto en palier y me calzo la bata floreada. Hago la diagonal hasta el balcón. Se cierra vidrio. En la silla de hierro hay manta y medias de plush. Y sobre la mesa copita con espumante. También papas sin sal o buñuelo; depende. Mini brindis, saborear juntas y luego volar. Supongo que por eso llego contenta a casa y cada día cocino más rico.

Creo mucho en los rituales y en las picardías secretas. En el mundo personal e impenetrable. Por lo tanto, no hay cuarentena que pueda conmigo. La libertad no es salir a correr a una plaza. La libertad está en uno. Si se quiere.



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