Diarios de cuarentena: Larvatus prodae

Otro diario, otra columna pandémica, esta vez desde el teclado o la pantalla de Esteban Feune de Colombi, prolífico escritor, periodista, artista, actor y tantísimas otras cosas, muchas de ellas en, con, por y para Cuisine&Vins. Salimos de paso de tanto barbijo y alcohol en gel, porque acá se habla de la cocina, de crear con lo que hay a mano y de un ¡famosísimo! escritor ciego.



por ESTEBAN FEUNE DE COLOMBI

No sé cocinar. O sí, sé cocinar, pero no conozco cómo se cocina. Compro al voleo: deme dos de aquello, tres de esto, uno de ese, seis de aquella, tres de aquel, uno de ahí, cuatro de allá, ¿y eso?, también lo llevo. Compro sin lista ni especulación. Pregunto lo que ya sé porque los verduleros saben distinto. A una cosa le dicen otra cosa. O inventan, qué lindo cuando los verduleros tiran fruta. O cuando la frutera dice cualquier verdura. Y después que se prendan todos los fuegos. Querría con leña, que espera su reconversión, pero ahora toca con gas y llega por los caños. ¿Sabrá el gas que pronto será quemado?, ¿que pronto será alboroto, humo, alimento? Mejor que no sepa, igual que cuchillo que cuchillea el comer, igual que sal que sala.
 
Me divierte la cocina. Un día un escritor famosísimo al que fui a leerle poemas al oído porque se había quedado ciego me preguntó por el libro que le leía, una novela de Modiano que él conocía de memoria, y le dije que me divertía. “Vea, joven”, terció el famosísimo escritor ciego a ojos de su jovencísima novia vidente, “ese verbo denostado por las clases altas no quiere ya decir nada”. Y nos enrolamos en una. En una. En una… hermosa, de toboganes lingüísticos y rampas políticas. En la cocina me divierto etimológicamente bien, escritor famosísimo ciego al que le leí una vez Modiano en francés al oído, cambiando de oído para no agotarlo: doy giros en dirección opuesta, me alejo, me entretengo, recreo, ¿ve? En la cocina no sé adónde voy, pero vagamente sé algo, sé que voy, sé que ando. “Larvatus prodae”, que decía Descartes: avanzo enmascarado. Prendí los cuatro fuegos, me sentí –lejos– de las cavernas. ¡Ríase, famosísimo escritor ciego!

En una tabla corté todo lo que tenía más o menos a mano, menos mis manos. Algunas cosas fueron a parar a una olla. Cosas que hierven, quizá una sopa. Luego calenté unos granos vulgares de cebada. En una sartén de hierro salteé los pedazos que salvé de una berenjena semi podrida con aceite, picante, sal, pimienta y el fondo de un té de yuyos que sobró de anoche. ¡Diviértase, famosísimo escritor ciego! Por último, en una sartén livianita acomodé, cortadas así nomás, unas verduras. Verduritas, que le dice un vecino carnívoro. Y la nave va sin saber hacia dónde se dirige, pero viera cómo se dirije, contante y sonante. Eso es lo que le leería hoy al oído si usted estuviera vivo y yo fuera aquel que fui, que por suerte ya no soy, ni siquiera éste. ¡Mire, famosísimo escritor ciego! Mire cómo me escapo de mí siendo yo. Bueno, oiga, oiga.



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